A veces es necesario pasar por algo para aprender. Otras veces aprendemos mucho antes, y ya no necesitamos vivirlo.
Un poco de conexión con el interior, con el prójimo y con el mundo, es la clave.

lunes, 24 de enero de 2011

Las partes del "perdón"



En el análisis del comportamiento que generalmente hago de la gente, y de mi misma por supuesto, me he encontrado con muchas situaciones en donde hemos estado equivocados, reconocemos el error en nuestro interior y, sin embargo, no hemos sido capaces de pedir perdón. Lamentablemente me he dado cuentan que estas actitudes son más comunes de lo que uno cree. Es entones cuando me pregunto: ¿qué es lo que nos lleva a comportarnos de esa forma? ¿Es simplemente lo que llamamos orgullo, o hay ciertas características que nos hacen propensos al egocentrismo y hacia una mal entendida autovaloración del rol (pareja, amigo, compañero, etc.)? ¿Cuándo aprendemos a valorar el verdadero sentido del perdón y lo empezamos a practicar?

Una de las bases mas importantes de la vida y el camino al aprendizaje son las experiencias. Probablemente en muchos ámbitos de nuestra vida, hemos aprendido de malas experiencias, y es ahí en donde abrimos la mente hacia una relación sana con nuestro entorno y con el mundo.
Podemos vivir ambos lados de la situación, habernos sentido extremadamente culpables y no haber sido capaces de pedir perdón a pesar de saber que nos hemos comportado de manera inadecuada tanto “intencionalmente” o sin querer (actitudes que se desprenden de nuestro carácter) o por el otro lado; sentir que alguien nos hizo daño, se comportó de manera inadecuada producto de su ira o que actuó de manera natural bajo los instintos propios de las características negativas de su persona.  Bajo estas dos vivencias, el orgullo y el ego juegan un papel preponderante, tanto con nuestra capacidad de pedir perdón, como de aceptarlo. Sin duda en el pedir perdón y en el aceptarlo, influyen distintas aristas que nos hacen comportarnos diferente. Entre estas está la esencia misma de la persona, su carácter y cuál es el grado de afecto y comprensión mutua que tienen.

Cuando no somos capaces de pedir perdón a un ser querido porque el orgullo nos invade, probablemente terminemos perdiendo su presencia en nuestra vida y ponemos en la balanza cuánto nos importa y si estamos dispuestos a sacrificar nuestro ego por el amor (en todo el sentido) del otro. En ese sentido, estar en la parte del que pide perdón es la más “simple” ya que sólo debemos poner en la balanza la importancia de lo que estamos poniendo en juego (porque la comprensión de nuestro error ya la hicimos). Sin embargo, es una gran gama de pensamientos y sentimientos la que nos invade cuando estamos a la espera de que nos pidan perdón; cuánto valor hay para con nuestra persona, cuánto amor, cuánto respeto, cuántas ganas de mantener una relación sana con esa persona y con el entorno. Estar a la espera de que nos pidan perdón y darnos cuenta de que no llegará es sin duda una gran decepción, que dependiendo del amor vinculante, se puede convertir en sentimientos frustrantes y en autoevaluaciones negativas de nuestro comportamiento (¿Por qué dí tanto, por qué aguanté tanto tiempo, qué hice mal, por qué creí que esto era importante?). Antes de caer en una “depresión” por la desilusión vivida, pensemos y analicemos la experiencia adquirida, aceptémosla y comprendámosla, y no habrá duda que en un futuro, podremos comprender claramente y con madurez la decisión del otro, aceptarla y esta vez sin rencores (que al final sólo nosotros cargamos).

Desde luego, no pedir perdón cuando claramente debemos hacerlo y más aún ,cuando no lo hemos hecho de manera reiterativa sin darnos cuenta de que lentamente estamos perdiendo el afecto y la admiración de la otra persona, al fin se convierte en una pequeña experiencia que, para las mentes abiertas al desarrollo y el crecimiento como personas, puede significar un cambio radical en el comportamiento,  y con mayor profundidad si con el tiempo nos damos cuenta del dolor que nos produjo perder esa persona.
Por otro lado, la desilusión de sentirnos poco valorados (y hasta ingenuamente tontos) y de darnos cuenta de la “calidad” del amor que nos entregan o la calidad de la misma persona, nos hacen comprender que las relaciones afectivamente asimétricas en ningún momento llegarán a ser lo que esperamos, es ahí donde ya no debemos esperar.

Estamos libres de tomar nuestras decisiones porque somos nosotros mismos, quienes cargamos con sus consecuencias.
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